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Crítica Especializada

 IVO BARROSO | ESPECIAL PARA “O ESTADO” – SP.
Ivo Barroso
Abdicando de uma bem-sucedida carreira empresarial para se dedicar à literatura, Ruy Câmara estreou em 2003 com o romance Cantos de Outono, nele se revelando um autor já feito na arte de narrar. Finalista do Jabuti de 2004, obteve logo em seguida a palma de vencedor do prêmio ficção da Academia Brasileira de Letras, em reconhecimento à densidade de sua prosa e ao rigoroso espírito de pesquisa que presidiu à elaboração do livro. Nessa biografia imaginária, Ruy Câmara consegue recriar um dos personagens mais estranhos e menos documentados de toda a literatura mundial, Isidore Ducasse, que, sob o pseudônimo de Conde de Lautréamont, escreveu o “livro maldito” Os Cantos de Maldoror, considerado unanimemente o grande texto precursor do surrealismo francês. Ivo Barroso, Especial para o Estado.

Ivan Junqueira

 

In the splendid and disturbing Last Songs of Autumn, the author renews the genre of fictionalized biography to the degree to which he allows himself to be “contaminated” by the genius and the existential drama of his character. (Ivan Junqueira, Poet and President of the Brazilian Academy of Letters)

António SkármetaEl escritor Ruy Câmara aparece con una madurez literaria envidiable. Raro son los autores que llegan el final de sus carreras con una novella de consistencia tan grande.

“Cantos de Otoño” es un libro inquietante, fuete y original. En estas páginas, Ruy Câmara narra la historia de un joven poeta latino americano que hace una literatura y una vida vanguardista en Europa cien años antes del Boom.

A mi, la novella me encantó y de inmediato. El autor se sumerge espontáneamente en la vida del Conde de Lautréamont sin que la erudición le pese a la poesía! Es un libro apasionante y merece su difusión en el mundo entero. Bendito Ruy Câmara que nos hace tan cercano a un maldito genial!

 

James Schiavone, NYThe Last Songs of Autumn, by Dr. James Schiavone – New York – EUA

As a university professor (CUNY) I have often referred my students to biographies of outstanding personalities. Through biography the student learns about others while enhancing knowledge about himself. Reading novels and biography is an essential adjunct to understanding human psychology. It is no wonder that Ruy Camara, Brazil’s most prominent literary novelist, was awarded the prestigious Prize of Fiction for the best novel of 2004, by the Brazilian Letters Academy for his work, “The Last Songs of Autumn.” Dealing with the life of Isadore-Lucien Ducasse, who adopted the pseudonym of Count of Lautreamont, Camara delves deeply into this mysterious and impenetrable poet, lending insight into an extraordinary life. I was immediately captured and thoroughly engrossed by the opening chapters of this remarkable literary achievement, and remained so to the vary last pages. While others have attempted to portray the enigmatic Ducasse, only Camara has successfully illuminated  our understanding of the poet. In reading this biographical novel you will be rewarded with an unforgettable literary experience!

Ed.D. Dr. James Schiavone, is professor emeritus of developmental skills at the City University of New York. He has authored three textbooks and five trade books as well as numerous articles in newspapers, magazines and professional journals. He is a noted authority in the psychology of reading.

Astrid Cabral Escritora, Astrid Cabral.

Cantos de Outono, o Romance da Vida de Lautréamont é narrativa de rara intensidade dramática. Livro fascinante. Não se sabe o que mais surpreende: se o levantamento histórico/geográfico de toda uma época, através de competente pesquisa ou o preenchimento, graças à imaginação, das infinitas lacunas em torno dos conhecimentos factuais fundadores.

O fato é que esses Cantos de Ruy Câmara aglutinam a convivência da realidade com a força delirante da paixão; a sistemática do historiador com a força criadora do romancista. Há uma espécie de pacto (satânico?) entre o narrador e o personagem, consubstanciado no processo estilístico da linguagem, apta em alguns momentos a assumir o delírio.

Em certos aspectos é um livro de estrutura  literária clássica, sem modernices vanguardistas, visto que o autor extrai da narrativa tradicional e da epistolografia efeitos de reconhecida beleza.Essa atitude confere ao romance uma espécie de contemporaneidade aos fatos narrados, uma intimidade entre autor e material episódico.

A história é tão bem construída que nela não se chocam o verídico com o fantástico. Tudo se funde na atmosfera geral de verossimilhança, reforçada pela exploração da verdade psicológica. É esplêndida a elaboração dos delírios.  São magistrais as descrições dos estados anímicos, causados pela distorção da consciência alterada pela ingestão de elementos químicos. A decadência e declínio de Lautréamont são enfatizados por lúgubres pormenores gerando um clímax de  invulgar pungência.

Ruy Câmara é, sem dúvida, um escritor talentoso e de grande fôlego. Escreveu uma obra destinada a permanecer. A partir de parcos elementos, ergueu uma catedral onde o leitor é arrebatado nas asas de um transporte místico. (Astrid Cabral)

Antonio Lastra António Lastra, Espanha

Cantos de otoño. Novela de la vida de Lautréamont

(Tradutor: Basilio Losada, La Otra Orilla, Barcelona, 2007)

En la muy concisa nota que la Enciclopedia Británica dedicaba en 1990 a Lautréamont podía leerse que se trataba de una “extraña y enigmática figura de la literatura francesa, reconocida como una influencia importante en Rimbaud, Baudelaire y los surrealistas”, de cuya vida nada se sabe una vez llegó a París y de la que no hay retrato alguno. “Tomó el nombre de Lautréamont y su título del arrogante héroe de una novela de Eugène Sue.” Lautréamont ―terminaba la nota― murió en París en 1870, víctima posiblemente de la policía durante el asedio alemán de la ciudad. “Sans autres renseignements”, decía la aún más concisa nota que el forense puso sobre el cadáver del poeta.

El escritor brasileño Ruy Câmara ha escrito sus Cantos de otoño, una “novela de la vida de Lautréamont” ―como reza el subtítulo―, para contrarrestar, con la verdad de la poesía, la falta de información y, en cierto modo, la desinformación de la historia. Su libro aparece al mismo tiempo y en la misma editorial que una nueva traducción al español de Los cantos de Maldoror, al cuidado de Manuel Serrat Crespo, que ya había traducido el texto de Lautréamont para la editorial Cátedra en 1988 y que, en esta ocasión, siguiendo las investigaciones del profesor de la Universidad de Montreal Guy Laflèche, ha enfatizado en su versión el hecho de que el español fuera la primera lengua del autor de los Cantos de Maldoror. (Las versiones de Serrat Crespo se unen a las de Aldo Pellegrini en Olañeta, Ana Alonso en Visor, Ángel Pariente en Renacimiento y Pre-Textos y Carlos R. Méndez en Gredos. Julio Gómez de la Serna fue el primer traductor de Lautréamont al español, y se ha señalado su influencia en Pasión de la tierra de Vicente Aleixandre.) El propio Câmara es autor del prólogo a esta nueva traducción, un prólogo que puede servir de contrapunto para leer su novela.

Al escoger, en efecto, la forma ficticia de la novela en lugar del tono documental del ensayo, Câmara ha humanizado a Isidore Ducasse, el conde de Lautréamont para la literatura. No sólo ha aportado datos que ―sean o no verificables― deshacen para siempre la extrañeza que el personaje causó desde el principio (Rubén Darío lo incluiría entre Los raros), sino que, en su tarea de corrección y reconstrucción, logra acercar al lector a una vida cotidiana en la que, a falta de grandes acontecimientos, el problema del mal adquiere su verdadera significación. Gaston Bachelard se esforzó por demostrar, en el libro más profundo de la bibliografía sobre el poeta y que señalaría una rupture épistémologique en su propia trayectoria filosófica, que podía sentirse una admiración sincera por Lautréamont sin caer en la idolatría surrealista, insistiendo precisamente en lo que llamaría “nuestra pertenencia al mundo de las imágenes”, y Câmara participa plenamente de esa admiración. Con esta perspectiva, las grandes fuerzas narrativas que dirigen su escritura, a las que Câmara denomina la “Mirada” y la “Voz”, no son más importantes que la minuciosidad imaginaria con la que da vida al trasfondo del poeta, desde su infancia en Montevideo, marcada por el suicidio de la madre y el irreversible alejamiento del padre, hasta la adolescencia en el Liceo Imperial de Tarbes y su llegada a París, donde escribiría Los Cantos de Maldoror y empezaría una serie de Poesías que quedarían inacabadas a su muerte. “Los conflictos reales de la vida ―escribe Câmara― tienen la misma naturaleza de los problemas literarios” (p. 173). Lautréamont, o “el otro de Montevideo”, como lo interpreta Câmara, rebatiendo el supuesto préstamo de Sue, habría sentido durante toda su breve vida una nostalgia personal imbatible: ni el profesor Lataste, una figura pedagógica muy bien creada o recreada por Câmara, ni después Baudelaire (obviamente influyente hasta la ansiedad en Lautréamont, y no al revés), lograrían suplantar las grandes figuras ausentes en la vida del poeta. El recurso a la cita y el plagio que Lautréamont preconizaría en los últimos meses de su vida tienen una sencilla explicación psicológica.

He dicho hace un instante que la vida cotidiana de Lautréamont careció de grandes acontecimientos y que esta ausencia define el problema del mal, cuya expresión en Los cantos de Maldoror ha fascinado desde su publicación a todos sus lectores, a pesar de que la lectura o la posibilidad de la lectura eran, en el mismo umbral del libro, la cuestión que había que resolver. “No es bueno ―escribió Lautréamont en la primera estrofa o párrafo de su libro― que todo el mundo lea las páginas que siguen” (Il n’est pas bon que tout le monde lise les pages qui vont suivre). Câmara, sin embargo, no podría haber escrito su novela de la vida de Lautréamont si todo el mundo no pudiera leerla y, por tanto, si no hubiera resuelto la cuestión de la lectura de Lautréamont e, implícitamente, el problema del mal, al menos la relación del problema del mal con la literatura: “Se engaña ―escribe Câmara―, o no recuerda bien, quien pretende juzgar a un escritor de la estirpe de Isidore Ducasse separado de sus propias aflicciones” (p. 369). Que la vida de Lautréamont sea novelable y susceptible, por tanto, de una ética literaria que concierne también al lector, interesado por los pequeños acontecimientos ―por lo que hoy preferimos llamar microhistoria―, impide que sobre ella recaigan los procedimientos ideológicos que acabarían por hacer del mal durante el siglo XX un objeto banal. Cometeríamos el mismo error que Herman Melville ―cuando anotó en su ejemplar de los Ensayos que Emerson desconocía la existencia del mal― si atribuyéramos a Lautréamont el desconocimiento del bien. Hay algo en Lautréamont que ya no está en Céline ni en Genet ni en Bataille, algo que en parte tiene que ver con la diferencia entre la ética de la literatura y la sociología, y que la novela de Câmara muestra en cada una de sus páginas. Podríamos llamar a ese algo la inocencia y considerarlo el elemento imprescindible para que la obra de Lautréamont sea el “drama cultural” que Víctor Hugo acertaría a vislumbrar (véase en la página 384 la carta de Hugo tras su lectura del primero de Los cantos de Maldoror).

La lectura de Cantos de otoño prepara, en mi opinión, una nueva lectura de Lautréamont o más bien de su otro, Isidore Ducasse. A diferencia de Los cantos de Maldoror, impresos desde 1869 pero que no llegarían a publicarse en vida del poeta ―invirtiendo su precaución respecto a que no todo el mundo debía leer su libro, nadie lo leería entonces por completo y su lectura sería póstuma―, las inacabadas Poesías se publicaron en vida del autor y con su nombre real. Al frente, cualquiera podía leer: “Je remplace la mélancolie par le courage, le doute par le certitutude, le désespoir par l’espoir, la méchanceté par le bien, les plaintes par le devoir, le scepticisme par le foi, les sophismes para la froideur du calme et l’orgueil par la modestie”. Las últimas cartas corroborarían que Lautréamont/Ducasse habría changé de méthode. Averiguar quién sería este nuevo autor ―que no aparece del todo en las Poesías― podría ser objeto de una nueva novela. A veces se ha dicho que Lautréamont participó en la Comuna de París. Câmara deshace también ese equívoco: narra la muerte de Lautréamont, meses antes de la Comuna, como un suicidio paralelo a la “pesadilla cívica” por la que atravesaba la ciudad. Sin embargo, si algo podemos decir del siglo XX es que condenó a los escritores a vivir una vida políticamente espuria y superficialmente histórica hasta el extremo de vaciar de significado la vida personal, en la que cada uno de los reemplazos que anunciaba Isidore Ducasse habría tenido que enfrentarse a amenazas mucho más profundas que las del surrealismo. Gracias a Câmara, conocemos ahora mucho mejor a Lautréamont y estamos en condiciones de leer a Isidore Ducasse. La novela de la vida de Lautréamont proporciona las autres renseignements que nos hacían falta.

 

Sylvia LeãoO Conde de Mecejana, por Sylvia Leão

 Quem conhece o mundo, descobre um cadáver. Mas o mundo não é digno daquele que descobre um cadáver.

São Cantos. E é Outono (pelo menos no livro). O canto de outono é próprio da cigarra. A formiga labora, enquanto isso. Entre o fazer e o cantar põem-se o próprio dos cimos e o próprio das profundidades. Ali a imanência grudada, aqui a transcendência desgarrada.  E entre ambos, o espetáculo do existir humanamente. À luz do “Cantos de Outono”, de Ruy Câmara, pode-se vivenciar, a cada página, aquela (hoje, tão rara!) conjunção espiritual  do clássico ideal da unidade do Saber, invertendo-a: a unidade do Bem, do Belo e da Verdade. A habilíssima pena do Ruy invade a alma do leitor, arranca-o da condição de leitor e o eleva ou o degrada à própria existência, digna ou miserável, conforme os tempos e as consciências de cada um. Em O romance da vida de Lautréamont, há algo que assombra o que era de ser terno não fosse corrompido de há muito e esquecido quase o guardasse entre as mais graves urgências do nosso tempo, as exigidas pelas necessidades históricas dos nossos dias. Vivemos, como pequeno-burgueses,  contraditados pelo estômago e pela fantasia. Sob a forma burguesa de existência- que é a nossa, a existência realmente digna é impossível! Somos então tragados por seculares reflexões de natureza filosófica, teológica, sociológica, política, literária, ocasiões em que o autor nos convida a romper com a rasura cotidiana do made in, do fast food, do marketing e a tornar a própria vivência menos indigente, a própria mente menos escassa e o próprio desespero menos banal. São mais de quatrocentenas  páginas nas quais dá-se o acolhimento de um espírito vasado por destinações avessas à expectação dos retos.  Sucumbiria à mesmice  não fosse a ”chaga da solidão” a supurar as mais requintadas imagens do espírito, luzindo de metáforas a condenação dos dias iguais: não às alturas celestes enviando-se, mas às monstruosas cavernas da alma descendo, empurrado pelas perdas na alma tênue imprecadas. À base dos desfazimentos primeiros, conjugam-se à força o extenuar raciocinativo da própria comiseração.  São grandes as forças da destruição, maiores ainda as das rupturas necessárias ao existir. As memórias rompem as amnésias, ambas necessárias à vivência.  O tranceado melancólico, de culminância trágica, denuncia a severidade interrogativa que à consciência do leitor ex-põe o aprendizado visceral do que nele há de ter-se corrompido, quiçá.  O que há entre as duas Mortes- a que abre e a que suspende o romance  da vida de Lautréamont, é a Vida que  cada um haverá de autobiografar.   Ainda  acrescente-se a fina ironia do autor,  a quem cabe o privilégio inteligente de reconhecer o falseamento, a hipocrisia da haute culture e, por ela, exercer a crítica ao mais soberbo fruto da separação entre trabalho manual e intelectual – a raça dos intelectuais! Quanto mais desgraçados os tempos, mais se multiplicam os idiotismos, já nos advertira Diderot! Contra a fúria publicista hodierna, alimentadora da  confusão desmedida entre informação e conhecimento, ler os Cantos de Outono,  assemelha-se àquela  diligente consulta oracular hoje em desuso – o exercício sem desfaçatez do conhece-te a ti mesmo. Através daquilo que poderiam ter sido os dias de Isidore Ducasse, deslinda-se aquilo que poderão ser os nossos dias. A leitura se presta a vários alcances do Olhar: o leitor-hematófago se compraz em sugar das letras humanas a lição da brevidade da própria carne; o leitor-coruja há de argüir o estatuto da humanidade, prescindindo ou não de um Absoluto transcendente, e o leitor-águia, baixará seu vôo nas partes podres da existência humana. Seja como for, ler os “Cantos” fez-me sentir melhor e feliz!  Quero dizer: ler o Ruy Câmara e, não o Isidore Ducasse! Eis as prestezas lógica, ética, e estética com que aquelas linhas-  reais a propósito de nós e fictícias a propósito de Isidore Ducasse, podem  alargar e aprofundar o nosso modo de ser, ora dilacerando-o, ora afagando-o, em boa medida, como bem compete ao exercício verdadeiro e nobre da Escrita, sobre cujos caminhos o nosso Olhar se exercita no mais  verdadeiro de Nós.      

Sylvia Leão é doutora em Filosofia e professora titular da Universidade Estadual do Ceará e da Universidade de Fortaleza.

 

com-monica-herrero-foreign-rights1Cantos de Outono, O romance de la vida de Lautréamont, Novela de Ruy Câmara, por Mónica Herrero

  • Una recreación de la vida de quien quebró los patrones literarios y morales vigentes en su época 
  • La tragedia de un hombre invadido constantemente por la soledad, la desesperación y la agonía. 
  • Una novela sobre la educación filial y la decisiva influencia del padre en la formación del carácter del hijo
  • Un homenaje al más enigmático de los llamados poetas malditos franceses, Isidoro Ducasse, conde de Lautréamont, en una novela de clima gótico y misterioso 

Lautréamont fue uno de esos adolescentes geniales  de vida corta  que cambió la lírica francesa de mediados del siglo XIX. Su figura ha generado una veneración tan intolerante que sus seguidores consideran un crimen invocar su nombre en vano. Ya Luis Buñuel solía contar que, en los años treinta, los surrealistas atacaron y destruyeron un negocio porque su dueño lo había bautizado Les Chants de Maldoror.

A pesar de tantos seguidores, su vida es un misterio y su biografía apenas si alcanza a llenar algunas pocas líneas personales en las páginas de cualquier enciclopedia.

En 1969 publicó Les Chants de Maldoror y no se sabe mucho más sobre él salvo por las suposiciones sobre su vida que  se basaron en la crueldad histérica de sus escritos. Lautréamont es un Marqués de Sade en verso, que escandalizó a sus contemporáneos al mezclar lo animal y con el mito y sorprendió el buen gusto de su época con la ferocidad del bestiario  y de su instinto erótico-agresivo.

La Novela Cantos de Outono  es una recreación fantastica de su misteriosa vida, de la que hay pocos registros más allá de sus cantos. Ruy Câmara recurre a su conocimiento profundo de la obra de Lautréamont  para reconstituir, o reinventar, su vida y el cotidiano europeo de la época. Cantos de Outono acompaña la saga de Lautrémont a partir del trágico episodio en el que, a la edad de dos años, presencia el suicidio de Céléstine,  su madre, en la Nochebuena de 1848. Describe su niñez en Montevideo, huérfano de madre y con un padre ausente. Continúa cuando su padre lo embarca solo los 13 años rumbo al sur de Francia. Recorre su estancia como pupilo en las instituciones educativas de Tarbes y Pau, donde sufre terribles crisis de angustia y es testigo de varios casos de pedofilia, hasta que a los  18 años, con su título de bachiller en las manos y algunos Cantos inacabados, adopta para sí el seudónimo de  Lautréamont y se aventura en el mundo de las letras en París y Bruselas.

Rechazado por los editores, el joven poeta, precursor del surrealismo y discípulo de Baudelaire, abandona sus estudios formales y comienza a vivir al margen de las reglas sociales y a expensas de su padre. Con el trasfondo de la guerra franco- prusiana y profundamente deprimido por la carnicería humana que desborda las calles de una París sitiada, Lautréamont termina suicidándose a los 24 años, ingiriendo un cóctel mortífero.

Armada sobre la base del  relato cronológico de los hechos, intercalando cartas reales y ficticias la novela se desarrolla fluidamente con un narrador que por momentos adopta una marcada posición frente a los hechos biográficos que narra.

Cantos de Outono recupera el universo extraviado de la vida y obra del conde de Lautrémont en un exquisito recorrido de imágenes surreales, que funcionan como espejos del universo del poeta y de la psiquis de una mente brillante y nebulosa a la vez.

Una novela apasionante y desafiante a la vez, en la que la figura de Ducasse se torna una metáfora del dolor humano, y su genio  la síntesis de un tiempo en que los valores en los que más se creía se perdieron sin dar paso a otros que los reemplazaran.

Sobre el Autor

El grande novelista, dramaturgo y poeta brasileño Ruy Câmara, nació en 1954 en Recife y vivió su infancia en Messejana, suburbio de Fortaleza. Hizo la carrera de Ingeniería en la Universidad de Fortaleza, estudió sociología y se especializó en dramaturgia para teatro, cine y televisión en el Instituto Dragão do Mar de Arte e Cultura. En 1990 abandonó una exitosa carrera empresarial para dedicarse a la  literatura e a la  semiótica. Cantos de Outono es su  primera novela. Ruy Câmara  invirtió diez años de su vida en la redacción de esta novela, que ha tenido una excelente recepción por la crítica especializada y de los ámbitos académicos de su país.  

 

Mónica Herrero – Literary Agent 
Buenos Aires e Barcelona

 

José Alcides Pinto em sua tumbaA DIMENSÃO DO ABISMO, por José Alcides Pinto

Aos 24 anos morria em Paris Isidore Ducasse, conhecido e celebrado no mundo inteiro como O Conde de Lautréamont. Foi e continua a ser a figura mais estranha e singular da literatura universal de todos os tempos. Ficcionista, filósofo, profeta do caos e condutor de almas, logo ganhou anatomásia de “Poeta Maldito” pela estranheza que sua obra despertou nos leitores e também por sua vida misteriosa e enigmática.

Seus Cantos deixaram o mundo intelectual perplexo e os artistas, de um modo geral, não perderam  tempo em aplaudi-lo e tomá-lo como ídolo. Em verdade, Les Chants de Maldoror representava o novo, o inédito no sentido mais amplo da criatividade que desarticulava tudo o que então existia de mais autêntico no mundo das letras. Evidentemente que já havia em sua época,  como no século de ouro de Péricles, um embasamento clássico-moderno, criado por Baudelaire e seus seguidores, sem falar de nomes consagrados como Lord Bayron, Edgar Allan Poe, Paul Verlaine, Mallarmé e alguns outros, até o aparecimento Rimbaud e Antonin Artaud, que fecharam mais tarde o ciclo dos Malditos.

Entre o Poetas Malditos foi Lautréamont quem melhor viu a real dimensão do abismo humano. Tal um gato faminto, devorou suas próprias vísceras e não pôde evitar que seu hálito impregnasse sua alma de tédio e em plena juventude acabou pondo fim à própria vida. Essa tragédia o exemplifica como o principal intérprete do abandono e do sortilégio. Apesar das proibições impostas a certas obras, sua ficção nova e misteriosa contagiou e envenenou as gerações do século XIX, quando intelectuais, professores, estudantes, jornalistas e críticos começaram a entender o sentido da sua rebeldia.

Ao que me parece, Lautréamont ao escrever Les Chants de Maldoror, esqueceu tudo o que havia lido, bem como a simpatia que nutria por seus ídolos: Poe, Baudelaire, Hugo e Voltaire, pois em sua obra não há a menor influência de nenhum desses nomes.

Além dos Cantos ele deixou um caderno de versos de menor importância, poemas estes, não obstante a oposição verificada em relação ao seu livro-marco, é possível identificar a real face de Ducasse, uma face sem aquela violenta agressividade avassaladora que caracteriza Os Cantos de Maldoror.

É certo que, do meado do século passado ao presente tempo, nada de singular e grandioso apareceu no panorama das letras que se aproximasse de Lautréamont, a não ser Baudelaire e Rimbaud, que tiveram um séqüito de imitadores medíocres que ainda hoje vivem como parasitas aferrados às suas costas.

Com Lautréamont aconteceu algo parecido. Sua vida e sua obra vêm sendo estudadas e vasculhadas há mais de um século, mas até a aparição do romance Cantos de Outono quase nada de novo havia despontado, senão e apenas as velhas divergências que esbarravam sempre em sua confusa biografia.

A estrutura dramática dos Cantos de Outono é tão perfeita e desconcertante que crítico algum terá a coragem de apontar o menor defeito. Esse critério de unidade adotado por Ruy Câmara na construção do enredo, deixa-nos sem saber onde começa a verdade histórica ou a suposta verdade da sua investigação.  

Sabe-se que desde o suicídio de Isidore Ducasse, ocorrido em Paris em 1870, inúmeros autores de renome tentaram reinventar a sua trajetória, mas a verdadeira ou a sua mais provável existência só veio à lume agora, graças ao romancista brasileiro Ruy Câmara, que ousou tomar para a si a árdua tarefa de revelar para o mundo o verdadeiro perfil do misterioso inventor de Maldoror.

Seguramente que não foi uma tarefa fácil. Animado pela leitura d’Os Cantos de Maldoror, que se tornou uma quase obsessão, Ruy Câmara arregaçou as mangas e caiu em campo como se entrasse numa batalha ou no inferno. Iniciou a empreitada indiferente a todos os perigos que lhe poderiam acontecer. E quantos perigos reais ou mesmo imaginários o nosso romancista deve ter enfrentado enquanto intentava abrir uma clareira nas veredas escuras deixadas por Lautréamont.

Não é exagero se alguém insinuar que ele incorporou o espírito do seu “personagem” com fúria incontida e possessão suicida. Para escrever Cantos de Outono, Ruy Câmara palmilhou todos os caminhos à procura da suposta verdade ou da verdade suprema sem temor de se extraviar no caminho. Ao que tudo indica nosso escritor assimilou a personalidade do filho de Montevidéu e contaminou-se do estigma de seu biografado. Aqui se confluem e se completam Os Cantos de Maldoror e os Cantos de Outono.

Sabemos cabalmente que Ruy Câmara abandonou as suas múltiplas atividades, despediu-se da família, dos amigos e percorreu meio mundo numa aventura louca e desesperada à caça do que poderia restar de Lautréamont. Foi ao Uruguai, berço do Poeta, perambulou por toda a Europa, detendo-se por mais tempo em Paris, invadindo museus, bibliotecas, antiquários, entrevistando Alfarrabistas, pesquisando em sebos, enfim, procurando uma pista, um aclive, um sinal, e assim prosseguiu a aventura vasculhando igrejas, cemitérios, liceus, universidades, tal como um visionário obstinado.

Após anos e anos de investigações, Ruy conseguiu reunir provas capazes de desmantelar incontáveis equívocos que se repetem há mais de um século e por fim nos permite ampliar muitas vezes o que até então sabíamos sobre Lautréamont, sobre os vultos da época e sobre os seus condiscípulos.

Com uma riqueza de detalhes e com a sua inarredável vocação para as grandes letras, nosso romancista mergulhou fundo em sua aventura, remexendo seu farnel lautreamônico, riscando mapas antigos, colecionando documentos, fotografando e filmando cenários, e assim chegou em Biarritz, em Bayonne, foi a Tarbes, a Pau, e lá encontrou, no Castelo de Henrique IV, toda a inspiração de que precisava para escrever a mais provável, senão a mais real história de Isidore Ducasse.

Enfeitiçado e seduzido pelo enigma do biografado, o biógrafo do Conde passou a confundir-se com  o seu herói, como se já soubesse, desde o início, de que um estava predestinado a ser o fim e princípio do outro. A riqueza documental e o tom por vezes apocalíptico de sua obra são dados praticamente por mais três personagens: Françoise Ducasse, o pai; Célestine, a mãe; e a ama Maná, a quem o menino Isidore Ducasse tanto recorria nas suas horas aflitivas.

Durante a escritura de Cantos de Outono, Ruy Câmara nos confidenciou que entrou e saiu muitas vezes  na contramão, até que por fim viu uma luz no fim do túnel e pode ver no horizonte a real dimensão do abismo em que seu personagem havia caído. Creio ter sido um dos poucos que tiveram a felicidade de acompanhar a germinação do romance da vida de Lautréamont, talvez o único, para melhor dizer. Mesmo assim, quando uma versão ainda embrionária do romance caiu em minhas mãos (como brasas incandescentes), eu disse a mim mesmo: meu amigo Ruy Câmara não terminará esse livro sem antes ficar louco.

É impossível falar do romancista Ruy Câmara sem ter em mente a possessão sobrenatural que Lautréamont exerceu sobre ele durante a composição de sua obra. A Arte em Lautréamont deixou de ser um estado d’alma para ser uma contingência da sua vida real. Por esse ângulo, Ruy Câmara também recorreu à Arte com uma instância vital da sua existência intelectual, tanto que acabou por nos dar essa obra monumental, estranhamente bela e sedutora, uma obra originalíssima, que prima pala linguagem elaborada, pelo realce de uma nova estética, pela força das suas idéias, e nesse ponto não temo errar se disser que, com essa obra o nosso romancista restitui às letras a sua mais alta dignidade.

Cantos de Outono surge num momento em que o universo literário se vê  novamente na escuridão das idéias, por essa razão esse romance está fadado a perpetuar o nome do seu autor entre os grandes da literatura universal do século XXI.   

Aos desavisados eu previno: percorrer as páginas desse romance fantástico é como trilhar num deserto de areias movediças, numa noite de breu, sem o recurso de provisão, de bússola ou mesmo de um horizonte. O domínio da técnica narrativa, a ousadia criativa do nosso romancista, associada à sua maestria composicional e a uma sintática rítmica, nada fica a dever a nenhum autor universal.

Ruy sabe, como poucos, prender o leitor ao enredo e o leitor é fisgado logo nas primeiras linhas, quando percebe o que irá suceder com Célestine, a mãe do poeta. Essa insólita e cúmplice Célestine, que é também um pouco desumana, e que por vezes aparece nos delírios do filho já adulto, comete uma atrocidade que irá marcar seu filho por toda a vida. Não obstante o menino teve seu anjo da guarda na figura da doce Maná, sua ama de leite e seu melhor refúgio nas amargas lembranças no Liceu de Tarbes. Todos os personagens sofrem nesse livro, e Ruy Câmara apresenta-se como o mais autêntico mediador dos tormentos humanos.

Os demais personagens que aparecem no curso da história são elementos fundamentais na formulação do desfecho, que é impiedosamente trágico e comovente. A concepção do sobrenatural no romance está representado na figura bizarra de um voador-noturno que se transmuda num personagem mimético, ilusório e esquisito: o Olhar oculto que do alto que a tudo vê e controla. O narrador consegue a proeza de associar essa imagem à noção que temos do Altíssimo ou da própria consciência.

Uma das cenas mais tocantes está na página 26: “Mãe, mãe, olha aquelas garras, tenho medo delas”, murmura ele, mirando a imagem eterna. Incrédulo, Isidore Ducasse se apressa, abre a porta, pára os passos no alpendre e num simples piscar de olhos, já não vê Célestine, mas Maná, agitando os braços no relento, como se quisesse abrir caminho no espesso nevoeiro.

Dentro da rigorosa técnica do “noveau roman”, a narrativa avança no tempo e no espaço, dribla e contorna todos os obstáculos que surgem nas cenas mais difíceis de serem escritas. O leque de cartas, quase todos desconhecidas, enriquecem o livro e dão uma dimensão trágica e dramática ao texto. As cartas não são apenas confidências de uma alma em pânico, mas um apelo inelutável ditado pelas dores do íntimo, espécie de esgar sobre os abismos interiores.

Possuidor de uma sensibilidade rara para as artes, poeta, dramaturgo e agora se revelando como exímio romancista, Ruy fez muito bem quando decidiu abdicar das comodidades que usufruía como sociólogo e empresário bem sucedido para se dedicar às letras. Nada lhe impediu que jogasse tudo para o alto e seguisse sua trajetória no mundo das letras, algo que só é possível a quem nasce vocacionado.

Em suma, Cantos de Outono é uma obra inesquecível, como verá o leitor no curso de uma leitura ou releitura. Claro que não é um romance para ser lido uma única vez. A releitura é ainda mais apaixonante.

Diante de tão densa obra, o leitor haverá de se interrogar: de onde Ruy Câmara tirou tanto fôlego e tanta energia para recriar Lautréamont sem perder o equilíbrio ou o foco da narrativa? Caberia dizer aqui o que por mim foi posto como epígrafe do meu romance Os verdes Abutres da Colina: “Quem haveria de escrever a saga de Lautréamont senão um romancista com a fibra, o talento, o desprendimento material e a determinação de Ruy Câmara? 

José Alcides Pinto, 80 anos, é Poeta, Contista, Romancista e Crítico Literário.

 

giron-epocaAn extraordinary novel that deserves all prices.

(Luís A. Giron, Revista Época)